Descripción de la obra
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La justicia no puede solucionar todos
los problemas y decir a la vez la verdad científica, histórica, definir el bien
político y hacerse cargo de la salvación de las personas. No puede hacerlo, y
no debe, a riesgo de hacernos caer a todos en un infierno procedimental
frustrante, estéril y destructor que nadie puede desear. La justicia nunca nos
desembarazará de la confusión de la política, pero anima a inventar una nueva
cultura política. Ha pasado a mejor vida nuestra vieja cultura republicana, que
gustaba de promulgar leyes, pero no de respetarlas y que ordenaba la práctica
de sus instituciones sobre la hipótesis de un orden judicial débil y sometido.
He aquí que los jueces, estimulados por un poderoso consenso, pretenden aplicar
todas las leyes y ejercer plenamente su función. Toman al legislador al pie de
la letra y quieren hacer que corresponda su papel real con su papel pregonado.
Esta revolución cultural está en marcha, y quizá no nos damos cuenta de ello,
como tantas veces, hasta el momento en que está parcialmente consumada. Las
instituciones francesas están en medio del vado, y los vicios de nuestro
sistema, más que proteger al Estado, aceleran más este giro judicial de la
democracia. La salvación vendrá de nuestra capacidad para favorecer la claridad
de los procedimientos, para encontrar la certeza de la norma y para estimular
la responsabilidad de los actores.
Ante la incertidumbre de la norma, la
política ha de empeñarse en hacer que se correspondan mejor las denominaciones,
las misiones y los estatutos para acabar con la hipocresía actual. Esta
perjudica solamente a las instituciones políticas: Causa un perjuicio al
lenguaje mismo, es decir a la institución de las instituciones.