Descripción de la obra
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La
forma de gobierno de que disfrutamos hoy en Inglaterra es el resultado de
muchos siglos de evolución y desarrollo. No apareció de golpe, ni hemos de
suponer que cuando nuestros antepasados forjaron la Constitución en el curso de
los siglos, tuvieron un ideal o plan por el que lucharon conscientemente. Sería
igualmente erróneo, sin embargo, imaginar que no operó ningún principio
orientador durante el período de su formación. Las circunstancias de la
historia y la geografía imbuyeron en el pueblo de estas islas una rara
sagacidad política, y no es, pues, de extrañar que se entregaran a la obra de
modelar y levantar la máquina del gobierno con un grado de destreza no
igualado, quizás, en ninguna nación.
En los
primeros días de nuestra historia los reyes anglosajones ejercían funciones
legislativas, ejecutivas y judiciales, aunque actuaban en estas materias «con
el consejo y el consentimiento de los doctos». El rey era el «Gran Leviatán» de
quien emanaban la ley, la justicia y el gobierno. Gradualmente se cayó en la
cuenta, no obstante, de que era menester separar estos poderes si se quería
garantizar la libertad de los individuos, y la historia de la Constitución
inglesa es en gran parte el relato de cómo se llevó a cabo esta separación y
cómo se aseguraron las relaciones armoniosas entre el Ejecutivo y el
Legislativo. Hoy el poder del rey es, en gran medida, simbólico.
De
estos tres grandes órganos del Estado, el Parlamento o Legislativo es el más
importante, pues los poderes que posee son supremos o de alta fiscalización. No
hay ley que no pueda aprobar, y todas las que aprueba debe ser puestas en vigor
por el Ejecutivo y aplicadas por el Judicial.