El rasgo más general del tiempo histórico que, en los comienzos del tercer milenio, le corresponderá vivir a la educación es el de la globalización. La reflexión política e intelectual sobre este inextricable conjunto de fenómenos sociales, tecnológicos, económicos y culturales que la definen ha experimentado una aceleración singular. La educación no debe ni puede permanecer al margen de este nuevo panorama porque es influido por él y, al mismo tiempo, contribuye a modularlo en una suerte imperfecta de recursividad.