En la primera mitad del siglo XIX, el advenimiento del capitalismo industrial produjo en el pensamiento social europeo no sólo apologías y rechazos del nuevo orden, sino también programas y modelos alternativos de organización de la vida colectiva. Es decir, utopías, creaciones intelectuales en que la imaginación moderna proyectaba instituciones políticas y económicas donde hallaban resolución los problemas de la naciente sociedad burguesa: contraste entre pauperización y riqueza, anarquía del proceso productivo, mercantilización de todas la relaciones sociales... Hoy, las sociedades que integran el núcleo avanzado del capitalismo contemporáneo asisten a innovaciones socio-tecnológicas que afectan profundamente los procesos de trabajo e información. Para algunos intérpretes una nueva morfología social, un nuevo orden postindustrial está emergiendo de esos cambios. Sin embargo, las transformaciones que están en curso y cuyos efectos se extienden mucho más allá del área de las sociedades hipermodernas, no eliminan ni la amenaza del conflicto nuclear, ni la desocupación, ni la destrucción ecológica, ni la denominación social. Más aún: junto a los signos de un nuevo orden, han aparecido las nuevas alternativas utópicas.